Quiere ser un homenaje a la tierra en que nací.
Estos lienzos guardan y quieren transmitir imágenes de la Castilla que viví en mi infancia y perduran en el recuerdo.
Aquella triste y monótona Castilla donde todo era del color de la tierra, en la piedra y el adobe de sus casas, en las calles, en el campo y sus caminos, en el austero vestir de sus gentes: pana parda y camisa de sarga a rayas los hombres y pardo negro las mujeres.
El ancho paisaje era todo surcos y veredas de distintos ocres, alternado a veces por viejos encinares, transitado por modestos campesinos y por los útiles, e indispensables animales.
En los hogares se repetían los austeros muebles, lozas y utensilios, construidos en muchas ocasiones artesanalmente, al igual que sucedía con las herramientas y aparejos para el campo.
No faltan las costumbres religiosas, festivas, y de esparcimiento, así como momentos de trabajos.
Hoy aquellos pueblos bulliciosos se ahogan en su silencio, hay campos sin arados y caminos solitarios.
He traído a nuestros días una vida que pasó y quedó allí, en un rincón del tiempo de Castilla y en un rincón de mi memoria, por eso he querido rescatarla en mis pinturas, porque creo que no debe morir, aunque Castilla se nos muera.